jueves, 7 de noviembre de 2013

SAPO Y SEPO

Sapo y Sepo

 Sepo fue a casa de Sapo. Encontró una nota en la puerta que decía: “Querido Sepo: no estoy en casa. He salido, porque quiero estar solo”.

-¿Solo? -exclamó Sepo-. Sapo sabe que yo soy su amigo. ¿Por qué quiere estar solo?


Sepo miró por las ventanas. Miró en el jardín. En ningún sitio vio a Sapo. Sepo se fue al bosque. Sapo no estaba allí. Fue al prado. Sapo no estaba allí. Bajó al río y allí estaba Sapo, sentado en una isla; estaba solo.

-Pobre Sapo -dijo Sepo-. Debe de estar muy triste. Voy a animarle.

Sepo corrió a casa. Hizo emparedados. Preparó una jarra de té con hielo. Lo puso todo en una cesta. Sepo volvió deprisa del río.

-¡Sapo! -gritó-. ¡Sapo, soy yo, te mejor amigo!

Sapo estaba demasiado lejos para oírle. Sepo se quitó la chaqueta la ondeó como una bandera, pero Sapo estaba demasiado lejos para verle. Sepo gritó y le hizo señales con los brazos, pero todo fue inútil... Sapo seguía sentado en la isla. Ni veía ni oía a Sepo... Una tortuga pasó nadando. Sepo se subió a la tortuga.

-Tortuga- pidió Sepo-, llévame a la isla. Sapo está allí. Quiere estar solo.

-Si Sapo quiere estar solo- dijo la tortuga-, ¿por qué no le dejas que esté solo?

-Quizá tengas razón -dijo Sepo-. Quizá Sapo no quiere verme. Quizá ya no quiere ser mi amigo.

-Sí, es posible -dijo la tortuga mientras nadaba hacia la isla.

-¡Sapo! -gritó Sepo-. Lamento mucho todas las tonterías que hago. Lamento mucho todas las bobadas que digo... ¡Por favor, vuelve a ser mi amigo!

Sepo resbaló de la tortuga, cayó de espaldas al río y se dio un tremendo chapuzón. Sapo oyó el estrépito y ayudó a Sepo a subir a la isla. Sepo miró la cesta. Los emparedados estaban mojados. La jarra de té con hielo estaba vacía.

-Se ha estropeado todo -dijo Sepo-. Lo preparé para ti, Sapo, para que te pusieras contento.

-Pero, Sepo -dijo Sapo-, si estoy contento. Estoy muy contento. Cuando me desperté esta mañana, el sol brillaba y yo me sentí muy feliz. Y me sentí muy feliz porque soy un sapo y también me hizo sentirme feliz estar seguro de que tú eres mi amigo. Quería estar solo para poder pensar en lo estupendo que es todo.
-¡Ah, claro! -dijo Sepo-. Me parece que esa es una buena razón para querer estar solo...

-Ahora, en cambio -dijo Sapo-, me alegro mucho de no estar solo. Vamos a comer.

Sapo y Sepo se quedaron en la isla toda la tarde. Comieron los emparedados mojados sin té con hielo. Eran dos amigos, muy amigos, sentados juntos, solos.

   Sapo y Sepo, de Arnold Lobel

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